Enrique VIII y la Reforma Anglicana

En el momento en que la oleada reformista de Lutero se extendía por todo el continente europeo, la situación religiosa de Inglaterra era bastante especial.

image Catedral de Canterbury, Inglaterra (1890-1900) / Crédito: Wikimedia Commons

La Iglesia romana estaba allí tan corrompida como en todas partes: en 1535, el arzobispo de York se quejaba de no tener ni una docena de sacerdotes capaces de predicar.

A la cabeza de toda esta organización se encontraba el cardenal Thomas Wolsey, con poder para intervenir en todas las órdenes y parroquias del reino. Bajo su poderosa tutela, la iglesia en Inglaterra se acostumbró a no tener relaciones directas con el papado.

image Cardenal Wosley (retrato de 1526) / Crédito: Wikimedia Commons

El pueblo inglés, como en toda Europa, cada vez se sentía más indignado frente a las riquezas del clero, pero al principio el descontento se propagó por las clases bajas, lo que hizo desinteresar a los dirigentes del problema religioso que poco a poco iba creciendo entre los ingleses.

El rey, Enrique VIII, se rodeaba por aquél entonces de una corte humanista y católica, encabezada por Tomás Moro. Ante el avance protestante, Enrique VIII, henchido de humanismo y de teología, primero se erigió en defensor de la ortodoxia tradicional de Roma.

¿Acaso no publicó en contra de Lutero un tratado sobre los siete sacramentos que le valió del papa León X el título de Defensor de la Fe?

image Familia de Enrique VIII (hacia 1545) / Crédito: Wikimedia Commons

El cisma de Enrique VIII

Ahora bien, esta “fidelidad” del rey de Inglaterra hacia la Iglesia romana se quebró repentinamente a causa de un trivial problema de divorcio.

Enrique VIII, casado desde 1509 con Catalina de Aragón, no había tenido ningún hijo varón y con el fin de perpetuar la dinastía de los Tudor y entrar en una nueva crisis política, convenía que la sucesión del trono fuera garantizada por un hijo varón.

El rey pensaba ya en anular el matrimonio cuando conoció a una dama de honor de la reina, Ana Bolena, de la que se enamoró. En 1527 solicitó de Roma la anulación del matrimonio.

Este pedido no era algo demasiado raro dentro de la política real del período, no era la primera vez que se otorgara una anulación de matrimonio real.

Pero la negación de Roma tuvo causas políticas: el papado se encontraba por aquel entonces bajo el completo control de Carlos V, y el emperador era nada más ni nada menos que el sobrino de Catalina de Aragón.

image Rey Enrique VIII y sus seis esposas, por Mariana Sampaio / Crédito: Flickr (bacondog)

El honor de la familia de Carlos, junto al temor de que Inglaterra se pasase luego al bando de Francia, llevaron al emperador a ordenar al papa que se negase a la anulación.

El rey hizo responsable del fracaso diplomático a su cardenal Wolsey, quien murió antes de que fuera encerrado en la Torre de Londres. Así desapareció el único eslabón fuerte entre Inglaterra y Roma, y Enrique se fue otorgando la autoridad de toda la iglesia inglesa (o “anglicana”, como se la llamaba desde la Edad Media).

El rey fue eficazmente secundado por Thomas Cromwell, quien parecía tener ciertas ideas luteranas, pero sobre todas ellas predominaba el absolutismo real. Con su gran habilidad, desprovista de escrúpulos, logró el apoyo del parlamento y la sumisión de los obispos.

A partir de 1530, Enrique VIII fue modificando una serie de medidas que lo separaron por completo de la Iglesia romana: prohibió el beneficio de ciertas rentas eclesiásticas (annates), se otorgó el derecho a investir sus propios obispos, encargó la anulación de su matrimonio a su nuevo arzobispo Thomas Cranmer, y se casó con Ana Bolena.

Una vez celebrada la ceremonia, el papa condenó el divorcio real y excomulgó a Enrique VIII el 11 de julio de 1533. Fue la ruptura definitiva con Roma.

image Ana Bolena (hacia 1534) / Crédito: Wikimedia Commons

Ante la autoproclamación de Enrique VIII como “jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra”, se negaron pocos, entre ellos el obispo de Rochester, John Fischer, Tomás Moro, y algunos religiosos, todos ellos condenados por alta traición y ejecutados en 1535.

Una vez garantizada la obediencia a la Iglesia anglicana, Thomas Cromwell, nombrado vicario del rey para los asuntos de índole espiritual, emprendió la tarea de secularizar los bienes de los monasterios.

A pesar de la ruptura con Roma, el poder real no había renunciado a la ortodoxia católica.

Aunque en 1536 se había redactado una profesión de fe inspirada en el luteranismo (contra el culto de las imágenes y de las reliquias, por ejemplo), en 1539 el decreto de los Seis Artículos supusieron una rigurosa afirmación de la doctrina tradicional, especialmente en lo tocante a al eucaristía.

Paradójicamente, la persecución contra los protestantes se hizo más dura que nunca, porque amenazaban con el frágil orden espiritual, y desde entonces hasta el reinado de Elizabeth el reino vivió rodeado de una ambigüedad religiosa y dogmática.

Fuentes: Venard, M.: Los Comienzos del Mundo Moderno, El Mundo y su Historia, Editorial Argos, Barcelona, 1970. / Bray, G.: La Reforma Eclesiástica Tudor, Boydell Press, 2000.

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